En realidad, soy un virus de PC. Me cuelo entre millones de ordenadores, juego con sus messengers, desdibujo fotografías familiares, juego al buscaminas y, finalmente, como buen invitado, apago todo, esbozo un buenas noches y camino hasta mi casa.
Mi día laboral suele llenarse con ciertos silencios de color azul. Llegan en trompicones y tras unas cuantas maromas caen en mis horas hasta repletarlas. Teniendo tantos estoy empezando un negocio de venta los sábados por la mañana. Y la verdad es que espero hacerme rico vendiendo silencios y colores.
He dejado mis memorias envueltas en papel de regalo para solicitar un cambio en una tiendecita por definir. A cambio de ellas, sólo pido una botella de vino y una almohada con la cual poder dormir de noche.
También puedo aceptar un juego de lápices de colores en el que falte el azul.
Por las noches me desdibujo lentamente hasta confundirme con mi sombra. Así que en realidad solo soy un pedazo de vacío entre mi almohada y mi frazada.
Mi botella de ginebra ya lo sabe. Sólo es cuestión de colocarla en un lugar lejano del estante donde mis manos no puedan alcanzarla.
Luego de muchos trazos en el parquet de mi casa, los descubrí. Todos los sueños y esperanzas con los que solía esconderme de mis padres se encontraban en un rinconcito azul cerca de la sala. Tomando un café y esperando con su buzo de colegio a que nuevamente los lleve conmigo en mi mochila.
Lástima que sólo quede entre nosotros algunas cuantas imágenes plagadas de risas y maromas con las cuales matábamos el tiempo en nuestra época escolar.
Lo que no sabía es que donde iba a golpear ya estaba roto desde hace mucho tiempo atrás.
Y lo mejor de todo es que con los pedacitos puedo armar distintas cosas, como una botella de la que, una vez llena, pueda tomar algunos cuantos vasos de ginebra.
Sentado en un rincón, tejiendo las horas en mis rodillas. Ahí me pueden encontrar. Jugando a ser un viento huracanado.
Me gusta despertar tarde, arrugar un poco más las sábanas al levantarme, bostezar, caminar despacio hacia el baño. Debe ser por eso que, en medio de ese desorden de mi cama, mis sueños suelen extraviarse.
Luego de muchas discusiones, mi vida decidió esconderse junto con mi álbum de fotografías. Así que ahora, más que por imágenes, mi nostalgia se compone de pequeños sonidos dispersos y traviesos.
Sólo espero que ninguno de ellos decida saltar por la ventana y dejarme con una silla vacía a la hora de cenar.
Los monstruos que guardaba en mi cabeza retornaron hoy después de mucho tiempo. Dicen que no hay como el hogar y que mañana a primera hora elevan una petición al Ministerio para que les asfalte el camino a la escuela.
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