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Billy the kid soñaba con vivir en Buenos Aires, tierra de tangos y milongas.
La primera milonga que escuchó fue en una oscura taberna del centro de la ciudad. Un inmigrante gaucho había entonado su melodía sin importarle el qué dirán.
Billy the kid solía espiar al inmigrante gaucho. Lo siguió durante semanas, desde la mañana hasta la noche. Aprendió a cebar mate y a exagerar los números. Aprendió también que existía una región llamada Córdoba y que los gauchos extrañaban sus pampas y sus lluvias.
Billy the kid adoptó el dejo de aquel gaucho hasta que un día, en una reyerta en el mismo bar dónde conoció las bondades de Gardel, apuñaló por error a cierto amor anónimo.
Desde entonces Billy the kid, solo sabe que un sabor extraño inunda el Río de la Plata.